Un año, Alfonso, un año. Un año desde que tu ánimo se deshizo al fin en mil pedazos de llanto y sangre, desgarràndote el cuerpo y a nosotros las entrañas. Un año intuyendo tu presencia que ya no llega. Un año alargándote la mano, tarde; demasiado tarde. Un año esperando verte entrar, decir ya he vuelto, tu humanidad disolviéndome el cinismo desencantado. Recuerdo el frío, hacía frío y el otoño se moría serio, con cara de invierno. Hoy regresa el frío, que ya no me pilla desprevenido porque nos depositaste una nieve perpetua en la cima de la memoria.
En fin, Alfonso; un año.
Solos. Con nuestra mera compañía.
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