Nuestra Tierra ha vuelto a su cita anual con una estela de polvo dejada por el cometa Swift-Tuttle que es la que ocasiona el fenómeno de la lluvia de estrellas de agosto, las Perseidas. En el siguiente video lo explican muy bien.
Volvimos a casa. No pude dejar de evocar la noche más hermosa que recuerdo, donde no hubo tiempo, donde todo fue mirar tranquilamente el cielo nocturno y perderse en la contemplación de su insondable profundidad, quedar anonadado ante la imponente belleza del espacio y el tiempo, tiempo y espacio porque están allí esas estrellas, serenas, inmutables en apariencia, se entiende mejor al antecesor nuestro que las creyó dioses o antepasados, sentirse nada, sentirse todo, sentir lo mismo que sintió otra persona hace miles de años. Somos los restos conscientes de estrellas muertas, nuestros àtomos llegados de supenovas de las que nada sabremos, polvo de estrellas. Ser todo y nada a la vez, el vértigo del infinito y la belleza, el Universo entero, el visible y el que se esconde tras telescopios y ecuaciones, el Universo, expuesto a la admirada contemplación en su lienzo hemisfèrico, primero quieto, de pronto hondo en su estallido de luz, de miles de luces salpicando la severa negrura y en la mente la perplejidad ante lo inmenso, esas cifras inconcebibles que miden la distancia con el tedio del viaje de los fotones, años-luz, miles de años-luz, millones... más atrás cuanto más lejos, hasta el ruido de fondo del Gran Estallido, Big Bang.
Naval, Huesca, verano de 1980. Naval era el pueblo donde nos soliamos alojar los que conformábamos el conjunto vocal Aula de Música dirigida por Jose Luis Ochoa de Olza, ya fallecido, cuando íbamos a cantar por aquella zona y empezábamos a preparar el nuevo repertorio.
En verano, la noche invitaba a salir a pasear y acabábamos finalmente en una pequeña plaza o mirador tras la iglesia, asomada al barranco. Allí, con la intimidad que proporcinaba el edificio sacro por un lado y la caida hacia el valle por el otro, charlábamos, hacíamos broma y, como inevitablemente pasa en este tipo de grupos, cantábamos. Cantábamos obritas del repertorio pero también otras. Cantábamos desde la felicidad juvenil que no cree en finales, aún resuena su eco como otro Big Bang de emociones. Yo miraba el cielo, ese que torpemente he intentado compartir arriba. Buceé en el atolón de estrellas y alguien cantó, o cantamos todos, "Te recuerdo Amanda", la calle mojada, ibas a reunirte con él, la vida era eterna en cinco minutos entonces. Y luego, creo, "Alfonsina y el mar" que se fue con su soledad, adentrándose en las olas mientras yo empañaba la miríada de pequeñas luces y líneas fugaces con algo como una lágrima y un encogimiento del corazón, esa fue la noche, una noche de músicas y plenitud juvenil, cuando el corazón se encogía pero no dejaba de latir.
Contemplando la orilla del universo pienso ahora cómo me voy acercando poco a poco al rompiente donde desaparecerá la conciencia, el recuerdo y todo lo hermoso de lo que he sido testigo, cuando cierre los ojos para regresar esparcido a la Tierra y ser o haber sido tambien estrella fugaz.